jueves, 3 de junio de 2010

-Debió comprender -dijo ella-; ya no debió dudar de mi. El caso era distinto y mi edad, también otra. Si hice mal en ceder a la persuasión una vez, recuerde que fue por temor a riesgos, no por temor a correrlos. Cuando cedí, creí hacerlo ante un deber, pero ningún deber se podía alegar aquí. Casándome con un hombre al que no amaba hubiera corrido todos los riesgos y todos mis deberes hubieran sido violados.
-Quizá debí pensar así- replico el-, pero no pude. No podía esperar ningún beneficio del conocimiento que tenia ahora de su carácter. No podía pensar: estaban estas cualidades suyas enterradas, perdidas entre los sentimientos que me habían hecho sufrir durante tantos años. Solamente podía pensar de usted como alguien había cedido, que me había abandonado, que había sido influenciada por otra persona que no era yo. La veía a usted al lado de la persona causante de aquel dolor. No tenia motivo para creer que tuviera ahora menos autoridad. Además debía añadirse la fuerza del habito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario